El país del agua
pura, un mito que se cae
Desde la
reforma de los artículos 47 y 188 de la Constitución de la República, ocurrida
el 31 de octubre de 2004 con la aprobación del llamado “Plebiscito del Agua”,
desde el punto de vista legal se dio un gran paso para gestionar el agua bajo
los principios de la conservación. Su uso cuidadoso y sustentable debe ser una
garantía de salud, equidad y bienestar para la sociedad uruguaya.
Quedó
incorporado a la Carta Magna que por ser este líquido un recurso natural
esencial para la vida, el acceso al agua potable y al saneamiento constituyen
derechos humanos fundamentales. También establece que es de interés general la
preservación del ciclo hidrológico, y que la primera prioridad es el
abastecimiento de agua potable a la población.
En estos
días se ha generado una polémica pública debido a problemas de contaminación
que se detectaron en el río Santa Lucía, abastecedor del agua potable de la
zona metropolitana. El problema llegó hasta los hogares de los consumidores, a
través del color y el olor del agua.
La
explicación de las autoridades del agua es que se ha incrementado la
contaminación de la cuenca del Santa Lucía por el aumento del uso de
agroquímicos, lo que hace más difícil evitar que esa realidad tenga efectos
perceptibles por los usuarios. Lo cierto es que el Estado tiene la obligación
ineludible de garantizar el servicio y de proteger las fuentes naturales del
recurso.
Al mismo
tiempo los productores rurales tienen el derecho de desplegar sus actividades
todo lo que consideren conveniente, siempre y cuando no afecte el bien común y
no perjudiquen aspectos esenciales del bienestar social, como lo es en este
caso, contaminar las fuentes de suministro de agua. A través de las
reglamentaciones y disposiciones es que las autoridades regulan y controlan el
uso de los recursos naturales.
Y más
allá de los inconvenientes que pudieran ocasionarle a los productores de la
cuenca del Santa Lucía, la aplicación de mayores restricciones en el uso de
productos químicos para evitar que lleguen a sus aguas, está claro que la
esencialidad del agua potable está por encima de toda otra consideración.
Estamos frente a una encrucijada que nos plantea decisiones que hemos venido
postergando.
Tarde o
temprano debemos repensar las estrategias del uso de recursos esenciales, y
rectificar algunos rumbos de producción. El punto de partida básico es combatir
la idea tan arraigada en la mente humana, de que es tolerable contaminar las
fuentes de agua dulce usándolas para diluir desechos y para transportarlos
lejos de nuestro alcance. Algo tan obvio en la teoría resulta muy difícil de
implantar en la práctica. La inteligencia humana, a través de la ciencia y la
tecnología, y la decisión política deben trabajar sin descanso, para combatir
cualquier acción que ponga en riesgo las fuentes de agua dulce de una
localidad.
Las
alarmas que suenan cada vez más seguido son razón suficiente para tomar el
asunto con la seriedad y responsabilidad que merece. El desafío es enorme pero
no por eso debe desalentarnos. Debemos hallar la manera de desarrollarnos
plenamente pero conservando los recursos hídricos, evitando su contaminación.
Noticia modificada
y adaptada por la docente.
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